La Iglesia y la formación del adolescente

HOMILA 23 02 2020

La Iglesia y la formación del adolescente

(Resumen de exposición)

A todos consta, especialmente en los últimos tiempos, que la Iglesia siempre ha procurado que la formación de los jóvenes esté impregnada de la transmisión de valores. Estos valores afectan a la integridad de la persona y se asientan sólidamente forjando el carácter y dando al adolescente la capacidad de dominio de sí mismo y de apreciar al prójimo en toda su dimensión y dignidad.

Una persona es feliz sólo cuando vive coherentemente con sus propios valores. La lealtad, la honestidad, el respeto a la dignidad de los demás, la sinceridad como estilo de vida, la nobleza… Todos estos son valores que los niños y los adolescentes los aprenden de los adultos y los hacen propios. Todos estos son valores que los adultos no debemos transmitir simplemente con la palabra, sino que debemos darles el ejemplo de una vida también coherente. No podemos ser como las señales de las carreteras que dicen por dónde se tiene que ir y la distancia que falta recorrer, pero se quedan clavados en la tierra sin ir ellos por donde señalan.

En este contexto es donde la Iglesia contribuye en la formación de la juventud. Pero su mensaje principal es más profundo: señala el camino por el que una persona puede alcanzar la vida eterna y proporciona los medios —los sacramentos— a través de los que se llega a este fin. Es por eso que la educación que propugna la Iglesia está fuertemente anclada en los valores, porque es consciente de que sólo a través de éstos es como se consigue la solidez que permite que una persona llegue a ser no sólo poseedor, sino también transmisor de la gracia divina.

Sin embargo, en las últimas décadas hemos asistido a una progresiva descristianización de la sociedad y a una creciente ola de ideologías y prácticas de vida que contrastan no sólo con la doctrina de la Iglesia, sino incluso con la misma decencia y decoro en que las familias quieren y deben vivir. Se ha introducido, por ejemplo, en otros países —y se quiere hacer así también en el nuestro— modelos de educación en las costumbres que no son cristianos y que, con las investigaciones modernas, el error que han cometido queda en evidencia. Se intenta con insistencia cambiar las actitudes sociales hacia el sexo, consiguiendo confundir en este tema a la juventud.

Han sido intentos de poner en práctica una ingeniería social irresponsable, que no asume las consecuencias de los desastres que dejan atrás en la infancia y en la juventud. La percepción universal del matrimonio como el ambiente adecuado para el goce de una vida saludable y el crecimiento de la familia no puede atribuirse a creencias religiosas o morales particulares. Cualquier modificación de las costumbres establecidas requeriría una evidencia científica que los modernos abnegados de la actividad sexual desenfrenada han sido incapaces de proporcionar.

Los doctores norteamericanos Raul Alessandri, Zelig Friedman y Liliana Trivelli, publicaron un interesante estudio sobre la sexualidad en los adolescentes y la incidencia de la educación sexual basada en el preservativo y en la promiscuidad de las costumbres, aunque —como es lógico— la denominaran de otra forma. El Dr. Alessandri es patólogo en el Long Beach Memorial Hospital desde 1986. El Dr. Friedman, alergólogo, es también rabino ortodoxo. La Dra. Trivelli es Inspectora de la Asociación Americana de Bancos de Sangre. En una abundante demostración de aparato crítico y de fundamentación científica, a lo largo de 10 páginas de informe recogen 73 citas de libros y revistas que respaldan sus afirmaciones.

Señalan que la revolución sexual, ampliamente difundida en Estados Unidos, ha implicado a estratos inesperados de la sociedad; jóvenes descuidados han llegado a ser sexualmente activos a edades más y más tempranas, con una cohorte de promiscuidad, enfermedades de transmisión sexual, embarazos ectópicos y aumento exponencial del número de embarazos y niños nacidos fuera del matrimonio, que crecen en un ambiente lleno de carencias psicoafectivas. A esto hay que agregar, hacen notar, el riesgo de que el SIDA pueda llegar a ser prevalente en este grupo. Los preservativos, continúan, no solamente no son ninguna solución, sino que puede significar multiplicar el problema.

Se pueden añadir otros riesgos cuando se tiende a sexualizar la educación. Por ejemplo, el Dr. D. Orr de Nueva York, en un informe previo sobre “Actividad sexual prematura como indicador de riesgo psicosocial”, afirma que sus datos “apoyan la idea de que la actividad sexual está asociada de modo significativo a otras conductas peligrosas para la salud”. El Dr. Gillmore descubrió, por el contrario, en un estudio que los adolescentes comprometidos con los valores, actividades e instituciones convencionales, tales como la familia y la Iglesia, tenían menos probabilidad de emprender una conducta sexual peligrosa “presumiblemente porque piensan más en el futuro”.

La publicación oficial del Comité de Control de Enfermedades Infecciosas de Atlanta (CDC), Morbidity and Mortality Weekly Review, afirma lo siguiente: “La abstinencia y las relaciones sexuales con una pareja no infectada y mutuamente fiel —léase casadas— son las únicas estrategias de prevención completamente efectivas”.

Por otra parte, es interesante observar cómo la intervención de los padres es definitiva para conservar la salud moral de los adolescentes. Como sabemos, en Estados Unidos, las aspirinas no se pueden proporcionar a menores sin permiso de sus padres, restricción que no se aplica a los contraceptivos ni al consejo sobre cómo usarlos. El llamativo paralelo entre el desarrollo de planes de estudio con educación sexual explícita, disponibilidad de contraceptivos, y la explosión de embarazos juveniles ha sido bien documentado por S. Roylance y otros autores en su testimonio ante el Comité del Senado sobre Trabajo y Recursos Humanos de los Estados Unidos. Sus datos mostraron que los embarazos aumentaron conforme se introdujeron estos nuevos programas, y la tasa de embarazos aumentó paralelamente a los gastos en estos programas: los Estados con gastos más altos mostraron los niveles más altos también de embarazos y abortos. En California, uno de los Estados pioneros, la tasa de embarazos creció 20 veces más rápido de 1970 a 1976 que en el resto de Estados Unidos, y en el Condado de Humboldt, este aumento fue 40 veces más rápido después de la introducción de los programas de educación sexual.

Estos hallazgos deben contrastarse con los resultados de una ley aprobada en Utha en 1980, que requiere el consentimiento paterno para la distribución de contraceptivos a menores; hubo un descenso sustancial en la asistencia clínica, las cifras de embarazos y abortos de adolescentes. Un resultado similar se observó en Minnesota a partir de una ley de 1981 que obligaba a notificar a los padres.

Investigaciones de este mismo tipo se han realizado en Suecia, con resultados similares. La conclusión es la misma: tales programas “pueden estar contribuyendo al problema”.

Es necesario hacer notar la existencia de programas que se basan en la abstinencia. El primer programa de este tipo en Estados Unidos, denominado “Posponer las relaciones sexuales” comenzó en Atlanta en 1983, en las escuelas del centro de la ciudad. “Al final del 8º grado, los estudiantes que no habían participado en el programa tenían cinco veces más probabilidades de haber empezado su actividad sexual que quienes habían seguido el programa”.

Toda esta información tiene que hacernos reflexionar, especialmente a aquellos que tienen alguna capacidad de decisión a nivel público o vecinal. Se tiende a olvidar que lleva tiempo hacer de un niño un adulto, y que este tipo de ideas que no tienen obvias consecuencias trágicas para los adultos, pueden ser malentendidas y llevadas a la práctica de forma irresponsable por jóvenes inmaduros.

La Iglesia, Sacramento de Salvación, desea aportar una dosis de reflexión para que la formación que se imparte a la juventud esté imbuida de valores y virtudes. No se trata de solucionar los problemas de los adolescentes de forma “práctica”, sin tener en cuenta el mensaje propio de la naturaleza y los principios que dan solidez al comportamiento humano. Los jóvenes son la esperanza para el futuro de un Perú en el que deben estar afincados los mejores valores: la honestidad, el respeto a los demás, el cumplimiento del deber, el civismo… Nada de esto se logra cuando se minan las bases morales en la infancia y la juventud.